NanaLandia, Nanny State,
por
Hernán Felipe Errázuriz.
Los sajones motejan como “Nanny
State” al Estado que pretende controlar a los adultos como si fueran menores de
edad, como si estuvieran en una guardería infantil. Sus promotores son
partidarios de prohibiciones absurdas respecto de decisiones tan personales
como la alimentación.
Probablemente, “nana” es una
traducción del inglés nanny: las encargadas de alimentar y disciplinar a niños
y niñas británicos, equivalentes a las abnegadas empleadas de casa particular
de nuestra legislación laboral. Algunos legisladores quieren ser y tratarnos
como si fueran nanas o nannies. Para eso no fueron elegidos, y estamos más que
maduros como para aceptarlo.
Un senador quiere presidir y
transformar a Chile en un Nanny State. Podría ser la primera nana del país, al
menos en materia de comidas: pretende imponer por ley que las cartas de los
restoranes detallen sus platos con la cantidad y porcentaje de calorías,
grasas, azúcares y sodio. Poco más y nos enviarán inspectores para fiscalizar
lo que cocinamos en nuestras casas. De otros partidos y ministerios lo apoyan
en su cometido no tan light. Intrusos, estatistas y populistas los hay en todas
partes. Sus sueños serían dietas y cartas acordes con los gustos oficiales,
ojalá a precio único, fijados por la autoridad. Difícilmente con los
porcentajes de grasa impresos en los menús se erradicarán la obesidad, la
diabetes y otras enfermedades no transmisibles.
Hay políticas sanitarias más
racionales que esas y más respetuosas del derecho de los adultos a elegir
libremente sus comidas.
Perjudicados serán los pequeños y
medianos empresarios gastronómicos, que deberán someterse a la fiscalización,
las multas y el costo de dudosas certificaciones de los componentes de los
alimentos. Para sortear las aberrantes regulaciones, muchos podrían reducir las
porciones, repetirse y dividir sus ofertas en varios platos separados: el
bistec a lo pobre podría separarse en la carne, las papas y el huevo frito para
cumplir con las calorías aceptables para el servicio de salud. ¿Se salvaría el
pequén, chilenísima empanada de cebolla sola? En vez de menús, tendremos
recetarios interminables. Sólo a los que les gusta ejercer su derecho a la
comida sabrosa y abundante les compete decidir y asumir las consecuencias.
Antes de obligar a
detallar las calorías, grasas y sodio de los insumos de cada plato ofrecido por
los restoranes, imagine exigir a los parlamentarios y colegisladores que
patrocinen iniciativas semejantes que acompañen certificados de salud física y
mental. Semejante información ayudaría a la transparencia y la sanidad nacional
más que un menú con los porcentajes calóricos.
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