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domingo, 11 de marzo de 2012

NanaLandia, Nanny State, por Hernán Felipe Errázuriz.



NanaLandia, Nanny State,
por Hernán Felipe Errázuriz.


Los sajones motejan como “Nanny State” al Estado que pretende controlar a los adultos como si fueran menores de edad, como si estuvieran en una guardería infantil. Sus promotores son partidarios de prohibiciones absurdas respecto de decisiones tan personales como la alimentación.


Probablemente, “nana” es una traducción del inglés nanny: las encargadas de alimentar y disciplinar a niños y niñas británicos, equivalentes a las abnegadas empleadas de casa particular de nuestra legislación laboral. Algunos legisladores quieren ser y tratarnos como si fueran nanas o nannies. Para eso no fueron elegidos, y estamos más que maduros como para aceptarlo.


Un senador quiere presidir y transformar a Chile en un Nanny State. Podría ser la primera nana del país, al menos en materia de comidas: pretende imponer por ley que las cartas de los restoranes detallen sus platos con la cantidad y porcentaje de calorías, grasas, azúcares y sodio. Poco más y nos enviarán inspectores para fiscalizar lo que cocinamos en nuestras casas. De otros partidos y ministerios lo apoyan en su cometido no tan light. Intrusos, estatistas y populistas los hay en todas partes. Sus sueños serían dietas y cartas acordes con los gustos oficiales, ojalá a precio único, fijados por la autoridad. Difícilmente con los porcentajes de grasa impresos en los menús se erradicarán la obesidad, la diabetes y otras enfermedades no transmisibles.

Hay políticas sanitarias más racionales que esas y más respetuosas del derecho de los adultos a elegir libremente sus comidas.


Perjudicados serán los pequeños y medianos empresarios gastronómicos, que deberán someterse a la fiscalización, las multas y el costo de dudosas certificaciones de los componentes de los alimentos. Para sortear las aberrantes regulaciones, muchos podrían reducir las porciones, repetirse y dividir sus ofertas en varios platos separados: el bistec a lo pobre podría separarse en la carne, las papas y el huevo frito para cumplir con las calorías aceptables para el servicio de salud. ¿Se salvaría el pequén, chilenísima empanada de cebolla sola? En vez de menús, tendremos recetarios interminables. Sólo a los que les gusta ejercer su derecho a la comida sabrosa y abundante les compete decidir y asumir las consecuencias.


Antes de obligar a detallar las calorías, grasas y sodio de los insumos de cada plato ofrecido por los restoranes, imagine exigir a los parlamentarios y colegisladores que patrocinen iniciativas semejantes que acompañen certificados de salud física y mental. Semejante información ayudaría a la transparencia y la sanidad nacional más que un menú con los porcentajes calóricos.

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