A mitad de camino,
por David Gallagher.
Hace un par de semanas, el Gobierno
llegaba a la mitad de su mandato. No me detuve en el hecho, porque quería
escribir sobre el homenaje que le preparábamos en el CEP a Jorge Edwards, con
la participación, entre otros, de Mario Vargas Llosa. En realidad, al estar con
Edwards y Vargas Llosa en el CEP, me di cuenta de que su presencia juntos en el
país era un buen punto de partida para analizar los primeros dos años de
Sebastián Piñera. Porque ambos lo apoyaron mucho.
De hecho, en enero de 2010, a días
de la segunda vuelta, los dos participaron, con Piñera, en un acto en la
Biblioteca Nacional. Recuerdo haber pensado entonces que ningún otro candidato
de derecha podría haber suscitado el apoyo de estos dos prestigiosos
escritores. Y allí surge una clave para reflexionar en lo que ha significado
Piñera como Presidente hasta ahora: él es distinto a cualquier otra alternativa
que pudo haber tenido la derecha, al extremo de ser el único candidato de gusto
suficientemente universal para haber llegado a la Presidencia. Acostumbrada a
operar en un sistema electoral en que un candidato puede llegar al Congreso con
sólo un cuarto de los votos, la derecha no estaba equipada para obtener una
mayoría absoluta. La visión de Piñera hizo la diferencia. Visión que comprendía
ser más abierto de mente en temas "valóricos", y más preocupado de
complementar el desarrollo económico con medidas sociales. Dirán algunos que
eso no es ser "de derecha" (aunque lo sea en casi cualquier otro
país), pero sólo una centroderecha como la de Piñera, con su énfasis más en
"centro" que en "derecha", podría haber ganado.
Esa derecha más universal la ha ido
consolidando Piñera desde La Moneda, con una secuencia de iniciativas
concretas, como la del acuerdo de vida en pareja o la del ingreso ético
familiar, tomadas sin sacrificar logros más tradicionales para el sector, como
el de un crecimiento económico sólido y un aumento sustantivo en el empleo.
Desde luego el bienio no ha sido perfecto, pero el saldo es positivo. Las
comunicaciones del Gobierno son deficientes y se han cometido errores
políticos, pero ha habido avances sociales y económicos contundentes, que con
el tiempo se van a notar y apreciar más. Por otro lado, el Gobierno, siempre
pragmático, ha sido sólido y sabio en materia de política internacional.
¿Y las protestas?
Pareciera que en un país en el
estado de desarrollo en que está Chile, cada logro abre nuevos apetitos. La
gente quiere más, y la que tiene más, descubre que no es tan feliz como se
imaginaba. De allí la bronca de tantos chilenos ahora. Por otro lado, en Chile
la gente era demasiado sumisa antes. Ahora se ha ido al otro extremo: siente
rabia no sólo contra cualquier autoridad, sino hasta contra sí misma, por haber
sido tan obsecuente alguna vez. Es un proceso profundo que se está dando en el
país, uno que a la larga puede ser muy sano, si bien no hay duda de que es muy
difícil para un gobernante.
¿De verdad alguien cree que este
proceso se habría congelado con Frei? ¿Que los problemas de Piñera con los
estudiantes o con Aysén se deben a que la gente le tiene tirria a la derecha y
añora a la Concertación? Hay quienes albergan ese mito, pero lo desmiente la
votación que tuvo Piñera, y la escuálida tasa de aprobación de la oposición.
La verdad es que a Piñera le
favorece toda comparación con la oposición, que no sólo es odiosa con el
Gobierno: reniega de su propio pasado. Cree que para reconquistar el poder se
tiene que izquierdizar, a pesar de que los votantes en Chile gravitan hacia el
centro. Mientras Piñera se acerca a ese centro, la Concertación se aleja de él.
Es la receta para que se reelija la centroderecha. Eso sí que coronaría con
éxito un segundo bienio que promete ser auspicioso.
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