La
hora ha llegado: Biopolítica y aborto
Por
Cristián Vargas,
Director
Instituto Superior de Bioética
U.Católica
de la Santísima Concepción
Una
reciente publicación en el Journal of Medical Ethics (JME) ponía en
alerta a la comunidad científica internacional al plantear la tesis
de que el infanticidio y el aborto se justificarían éticamente por
la misma razón, incluido el caso de recién nacidos sin enfermedad,
debido a que tanto los no nacidos como los recién nacidos no
compartirían el mismo estatus moral de alguien como Ud. o como yo,
que puede leer esta columna. Otro artículo, publicado en el British
Journal of Psychiatry (BJP) en octubre de 2011 y titulado Aborto y
salud Mental: síntesis y análisis cuantitativos de las
investigaciones publicadas durante 1995-2000, concluía lo siguiente:
"Las mujeres que se habían sometido a un aborto experimentaron
81% de mayor riesgo de presentar problemas de salud mental,
estimándose que cerca del 10% de la incidencia de estos problemas de
salud mental pueden ser atribuibles al aborto. Las estimaciones de
riesgo más fuertes ocurrieron cuando se comparó aborto con embarazo
llevado a término y cuando los desenlaces se relacionaron con abuso
de sustancias y comportamiento suicida".
El
debate actual sobre el llamado "aborto terapéutico" en el
Parlamento no obedece, en términos generales, a una situación de
necesidad, como los datos epidemiológicos nos lo señalan -Chile
tiene la segunda mortalidad materna más baja de toda América-, sino
más bien al interés ideológico de llevar adelante una agenda moral
fundada en el materialismo práctico, que no reconoce a todo ser
humano -como en el artículo del JME-, independiente de su condición
de salud o de edad, como un fin en sí mismo.
La
tragedia del aborto y sus consecuencias no pueden dejar indiferente a
nadie en nuestra sociedad -la evidencia de que un aborto no es inocuo
para la mujer está señalada en el artículo del BJP-. Por ello, las
propuestas en el ámbito legislativo que buscan dar reconocimiento al
aborto incorporarían por vía jurídica a nuestro ethos social
elementos ajenos al sentido común, a los conceptos de no dañar y no
matar, sin reconocer el valor de la vida humana de la madre y del
hijo, generando un manto de duda aún mayor en la creciente
desconfianza entre médicos y pacientes, y tensionando gravemente
también el rol garante del Estado en salvaguardar la vida de todo
ser humano.
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