Mario Montes
Entre las primeras enseñanzas que recibimos los chilenos en nuestra infancia se encuentra la necesidad del amor a Dios, un grado de humildad, una buena dosis de sobriedad, una inmensa cantidad de amor al prójimo, y también, a través de las lecciones de la Historia Sagrada, a tratar de conocer a nuestros semejantes por sus frutos.
Si intentáramos ver a la oposición por “sus frutos” nos daríamos cuenta de que no han ejercido sus funciones, que han abdicado de sus obligaciones fiscalizadoras, que no parecen tener real interés por ser el relevo de la concertación, y han fungido, peligrosamente, como cómplices al apoyar a Lagos a salvar su corrupto pellejo.
Si tratamos de encontrar frutos del oficialismo, veremos que las espigas son vanas, que carecen de frutos, pues a pesar de tener todo a favor, su administración ha dejado mucho que desear, por sus escasas realizaciones, exceso de publicitación, mucha banalización y extremas corrupciones.
Extrapolar de lo anterior el tema a considerar que los políticos son todos malos, que la actividad es poco importante o que puede existir un sistema democrático sin el “sustento” de corrientes de opinión, sería un error garrafal, que además denotaría una ceguera de proporciones descomunales.
La política es indispensable en nuestro sistema, de allí que sea imperioso devolverle su prestigio, llevar a la actividad a los más capacitados y que posean ese verdadero espíritu de servicio. Nunca más debemos permitir que demagogos o payasos se apoderen de nuestra porción de la soberanía popular.
Creemos que como salvaguardia para el sistema es necesario legislar, con urgencia, sobre las sanciones que merecen aquellos que mientan, ofrezcan los que no van a hacer, utilicen las necesidades populares para hacerse con el poder o simplemente usen plataformas impracticables.
Igualmente es necesario modernizar las leyes de defensa institucional, pues estas deben castigar severamente a aquellos que por irresponsabilidad, como Bachelet, o por oportunismo, como Escalona, intenten dinamitar la democracia al desprestigiar a las instituciones.
A diferencia de algunos que con una prédica, bastante anarquista, difunden la necesidad de acabar con la política y de destruir el sistema, nosotros creemos que hay que fortalecerlo, que se debe re-encantar a una ciudadanía a la que se ha defraudado y dotar al pueblo de verdadero poder para sancionar a los estafadores.
Estamos ciertos que con algunas modificaciones a la Ley electoral, al Código Civil y al Código Penal llevaríamos a la Política a los mejores elementos, los que con afán de servicio público se sentirían llenos de virtud, aunque ganando menos que en lo privado, de servir a nuestro pueblo.
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