Me parece muy apropiado que el comando de Frei incluya en su programa la tarea de mejorar la calidad de la televisión. Es inédito que un tema de este tipo sea parte del programa de gobierno de un candidato presidencial. Por cierto, sería excelente que los otros candidatos también presentaran modelos alternativos para mejorar la televisión chilena. No obstante, es un avance que la Concertación reconozca tácitamente que no sólo la salud, la educación, la delincuencia, etc., son problemas pendientes que necesitan solución si deseamos mejorar la calidad de vida. Como dice el refrán, “no sólo de pan vive el hombre”.
Pero veamos los diferentes desafíos que presenta la propuesta mencionada. De partida, me imagino que pocas personas cuestionan la necesidad de contar con un canal de televisión abierta que tenga como misión, precisamente, no representar la cultura masiva y popular, ya expuesta suficientemente en la televisión actual. Me refiero a crear un canal que le permita al mundo intelectual y de las artes expresarse abiertamente; uno dedicado a poner en escena los debates públicos; que represente los gustos e intereses segmentados de las audiencias actuales; que permita la participación de sectores sociales hoy sin espacio en la televisión establecida.
El problema de fondo es quién financiará una televisión que no es comercial. Sin duda, el mercado actual no tiene la capacidad para invertir en nuevos canales. Por consiguiente, deberá ser el Estado quien subvencione este tipo de televisión, tratándose de un servicio publico directamente ligado a la vida de las personas y con efectos socioculturales de grandes magnitudes.
Sin embargo, sería negativo, a mi juicio, que el Estado subvencionara solamente una señal cultural bajo el amparo de Televisión Nacional, como lo plantea aparentemente el equipo de Frei. Como todos sabemos, los monopolios —privados o públicos— son negativos, especialmente cuando se trata de medios de comunicación; la calidad se garantiza cuando hay competencia entre medios con objetivos comunes. Por esta razón hay que garantizar que otros canales también tengan acceso al subsidio estatal. Por cierto, la condición para ser elegibles es que los proyectos de televisión tengan una misión de servicio público específico. A su vez, el Consejo Nacional de Televisión, como órgano independiente, debiera asignar esos recursos, y velar para que dichos canales cumplan cabalmente con los objetivos propuestos.
No obstante todo lo anterior, hay que enfrentar otro problema de fondo: no se saca nada con tener canales culturales si nadie los sintoniza. La pregunta, entonces, es la siguiente: ¿cómo hacer que el público demande y aprecie este tipo de contenidos? Para lograr este cambio en la demanda deben darse a lo menos tres condiciones. Primero, que exista el producto alternativo, vale decir, algún canal que ofrezca una programación distinta a la TV comercial. En segundo término, que la calidad del producto —la programación— sea realmente buena. En tercer lugar, y más complejo aun, generar el señalado cambio cultural en la demanda, tarea que no es fácil ni inmediata: en las encuestas, el público usualmente afirma desear más programas culturales, pero en los hechos terminan optando por la entretención light.
A mi juicio, dicho objetivo es posible a mediano plazo. Se debe comenzar desde la infancia, introduciendo la televisión educativa en las salas de clase. En este sentido, el uso de videos didácticos para apoyar a los profesores permite, por un lado, que los estudiantes entiendan y retengan con mayor facilidad las materias. Por otro, que los escolares se acostumbren a apreciar programas culturales y de calidad.
Dada la trascendencia que tiene la televisión en nuestras vidas y cultura, los contenidos de la tele debieran ser una materia de estudio tan importante como otras asignaturas. Así como el currículo escolar pone gran énfasis en enseñar química, biología, etc., con la misma intensidad se debiera enseñar a juzgar la televisión; aprender a apreciar la diversidad, al igual que los programas que son más complejos y de mayor calidad.
Recordemos que esos niños, cuando sean mayores, serán los que determinarán el rating y, por consiguiente, el tipo de televisión que dominará mañana. Es entonces a partir de la educación escolar que podremos romper el círculo vicioso de tener siempre una televisión homogénea, dominada por la diversión light.
Pero veamos los diferentes desafíos que presenta la propuesta mencionada. De partida, me imagino que pocas personas cuestionan la necesidad de contar con un canal de televisión abierta que tenga como misión, precisamente, no representar la cultura masiva y popular, ya expuesta suficientemente en la televisión actual. Me refiero a crear un canal que le permita al mundo intelectual y de las artes expresarse abiertamente; uno dedicado a poner en escena los debates públicos; que represente los gustos e intereses segmentados de las audiencias actuales; que permita la participación de sectores sociales hoy sin espacio en la televisión establecida.
El problema de fondo es quién financiará una televisión que no es comercial. Sin duda, el mercado actual no tiene la capacidad para invertir en nuevos canales. Por consiguiente, deberá ser el Estado quien subvencione este tipo de televisión, tratándose de un servicio publico directamente ligado a la vida de las personas y con efectos socioculturales de grandes magnitudes.
Sin embargo, sería negativo, a mi juicio, que el Estado subvencionara solamente una señal cultural bajo el amparo de Televisión Nacional, como lo plantea aparentemente el equipo de Frei. Como todos sabemos, los monopolios —privados o públicos— son negativos, especialmente cuando se trata de medios de comunicación; la calidad se garantiza cuando hay competencia entre medios con objetivos comunes. Por esta razón hay que garantizar que otros canales también tengan acceso al subsidio estatal. Por cierto, la condición para ser elegibles es que los proyectos de televisión tengan una misión de servicio público específico. A su vez, el Consejo Nacional de Televisión, como órgano independiente, debiera asignar esos recursos, y velar para que dichos canales cumplan cabalmente con los objetivos propuestos.
No obstante todo lo anterior, hay que enfrentar otro problema de fondo: no se saca nada con tener canales culturales si nadie los sintoniza. La pregunta, entonces, es la siguiente: ¿cómo hacer que el público demande y aprecie este tipo de contenidos? Para lograr este cambio en la demanda deben darse a lo menos tres condiciones. Primero, que exista el producto alternativo, vale decir, algún canal que ofrezca una programación distinta a la TV comercial. En segundo término, que la calidad del producto —la programación— sea realmente buena. En tercer lugar, y más complejo aun, generar el señalado cambio cultural en la demanda, tarea que no es fácil ni inmediata: en las encuestas, el público usualmente afirma desear más programas culturales, pero en los hechos terminan optando por la entretención light.
A mi juicio, dicho objetivo es posible a mediano plazo. Se debe comenzar desde la infancia, introduciendo la televisión educativa en las salas de clase. En este sentido, el uso de videos didácticos para apoyar a los profesores permite, por un lado, que los estudiantes entiendan y retengan con mayor facilidad las materias. Por otro, que los escolares se acostumbren a apreciar programas culturales y de calidad.
Dada la trascendencia que tiene la televisión en nuestras vidas y cultura, los contenidos de la tele debieran ser una materia de estudio tan importante como otras asignaturas. Así como el currículo escolar pone gran énfasis en enseñar química, biología, etc., con la misma intensidad se debiera enseñar a juzgar la televisión; aprender a apreciar la diversidad, al igual que los programas que son más complejos y de mayor calidad.
Recordemos que esos niños, cuando sean mayores, serán los que determinarán el rating y, por consiguiente, el tipo de televisión que dominará mañana. Es entonces a partir de la educación escolar que podremos romper el círculo vicioso de tener siempre una televisión homogénea, dominada por la diversión light.