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viernes, 25 de marzo de 2011

¿No te lo dije?, por Roberto Ampuero.

¿No te lo dije?,

por Roberto Ampuero.

La crisis nuclear de Japón tras el terremoto y tsunami, así como la intervención internacional en Libia, me sorprendieron en una gira literaria por Alemania y España, lejos de Estados Unidos, mi país de residencia. No tardó mucho en quedarme claro que, especialmente, los alemanes contemplan y reaccionan ante esto de forma muy diferente a los estadounidenses.



Mientras estos últimos siguen con interés las operaciones en las plantas nucleares afectadas y sus medios informan en forma ágil desde el terreno, en Alemania la reacción ciudadana es en dos tiempos. Por un lado, la natural curiosidad por enterarse a fondo de cuanto ocurre; por otro, una obsesión, que redunda en pánico, por averiguar si algo semejante puede suceder en Alemania. Si en Estados Unidos se trata de conocer claramente lo acaecido en un país remoto, en Alemania la crisis japonesa devino en una suerte de desastre propio y escenario inminente.



Para el estadounidense medio, el asunto es una tragedia que ocurre en otro país, al que hay que socorrer con toda la tecnología disponible. Para el alemán, la tragedia es al mismo tiempo una agobiante amenaza para su propio país, pese a que Alemania no es región sísmica ni de maremotos. Para muchos alemanes, Japón demuestra que la seguridad total de las plantas nucleares es una ilusión ante una catástrofe natural, un accidente o un atentado terrorista. Para los alemanes, Japón prueba además que, en crisis extrema, la tecnología no se comporta como lo suponen los científicos.



En vísperas de las elecciones en el estado de Sajonia-Anhalt, donde el gobierno de la Canciller federal Angela Merkel triunfó este domingo, el tema nuclear agobió tanto a la ciudadanía que la líder democratacristiana se vio obligada a anunciar una revisión del tradicional respaldo de su partido a la energía nu- clear. Este cambio tiene un capítulo previo que conocí de cerca durante los años que viví en Alemania: cuando se produjo Chernobyl, en 1986, el partido ecologista de Los Verdes y la conciencia ambientalista se encontraban en su apogeo. Chernobyl demostraba que la tragedia nuclear era una amenaza real para toda la humanidad.



Quienes respaldaban entonces la energía nuclear, como el líder conservador Franz Josef Strauss, manifestaron, sin embargo, que Chernobyl se debía a la lamentable tecnología soviética, y que la occidental, moderna descartaba un accidente semejante. Un cuarto de siglo más tarde, la realidad demostró que quienes predicaban el desastre, muchachos entonces, políticos maduros hoy, tenían la razón.



Es probable que los propugnadores de la energía nuclear en Alemania apuesten hoy al perfeccionamiento de la seguridad de plantas nucleares y a la mala memoria de la población, pero es difícil que sus adversarios bajen la guardia. Esto conducirá a un uso ampliado de energías alternativas. En Estados Unidos, donde la sociedad civil es menos activa, no se espera que haya golpes de timón drásticos a la política nuclear, menos durante la crisis económica.



Si la naturaleza dotó sólo a ciertos países de petróleo, y la energía nuclear les permite paliar esa desventaja a los que carecen del crudo, ahora los países sísmicos sin petróleo no podrán recurrir a la tecnología nuclear para suplir lo que natura no les dio. Los estados que queden atascados en la disputa entre partidarios y detractores de la energía nuclear y no promuevan el uso de tecnologías alternativas serán los grandes perdedores en este terreno.



En Chile es urgente incorporar a la población en la definición de la política energética futura.