Discriminando
a la gente común,
por
Axel Buchheister.
Las
leyes antidiscriminación terminan perjudicando al ciudadano que no
pertenece a ninguna minoría que resulta privilegiada.
Entendible
conmoción causó la muerte de Daniel Zamudio, joven homosexual
que fue agredido de manera bestial por otros jóvenes, supuestamente
"neonazis". Culpa de la derecha, que se ha negado a aprobar
el proyecto de ley antidiscriminación, que si hubiera estado vigente
nada habría sucedido.
En
realidad, nada hubiera cambiado. El caso configura, según el Código
Penal, un homicidio calificado por haber ensañamiento ("aumentando
deliberada e inhumanamente el dolor al ofendido"), que es más
castigado que el homicidio simple, llegando la pena hasta presidio
perpetuo. El proyecto de ley contiene una agravante consistente en
cometer el delito -entre otros motivos- en función de la orientación
sexual de la víctima, que podría determinar (si no hay atenuantes)
la aplicación de la pena más alta dentro de las previstas e
incluso, en conjunción con al menos otra agravante, la aplicación
de presidio perpetuo calificado (no menos de 40 años en la cárcel);
lo que igual puede suceder en este caso si concurren otras
agravantes. De modo que el cambio no es trascendental, pero además
es sabido que el delincuente no evalúa su acción con calculadora en
mano: intuyendo ellos que era un crimen muy castigado, igual atacaron
con furor a una víctima solitaria e indefensa.
Sería
lamentable que sectores que defienden las posiciones pro gay estén
utilizando un crimen atroz para explotar la sensibilidad ciudadana
con el fin de obtener la aprobación de una ley que no marca una
diferencia penal sustantiva, sin que se debatan todos los efectos que
puede provocar. También pudiera ser aprovechamiento tildar a los
agresores de "neonazis", rótulo efectista cuando son
por completo ajenos al fenómeno histórico de la Alemania nazi que
evoca. Asimismo, llama la atención que analistas, expertos y
políticos que habitualmente suelen prevenir contra la exacerbación
de las penas sostengan la necesidad de hacerlo en este caso. Aumentar
las penas, entonces, sería disuasivo.
Por
otra parte, es conveniente percibir que de una discriminación
positiva siempre se sigue una negativa: ¿Por qué si un joven hijo
de vecino es atacado de la misma forma brutal que en este caso, sus
agresores habrían de ser castigados en forma menos severa? Sería un
atentado contra la igualdad ante la ley, en aras precisamente de la
igualdad. La cuestión de fondo con las leyes antidiscriminación es
que terminan discriminando al ciudadano común que no pertenece
a ninguna minoría que resulta privilegiada. Vigente en Chile la ley,
si su hijo postula a un trabajo junto con un miembro de una minoría,
es muy probable que no lo obtenga, porque el empleador puede temer
cuestionamientos, problemas y demandas por infringirla.
Lo
grave del debate en torno a la iniciativa antidiscriminación que ha
generado el caso es que se ha desviado la atención de lo que
importa, que es preguntarse qué está pasando en la sociedad
chilena, con la familia y en la formación educacional, que los
jóvenes forman cada día más bandas desquiciadas que habitualmente
asaltan y atacan con una brutalidad antes inimaginable al que va
pasando, de preferencia si es débil o indefenso. Y qué es lo que
hay que hacer para terminar con eso, cualquiera sea la víctima.
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