Dudas
de la «Operación retorno»,
por
Gonzalo Müller.
Aquellos
que parecían tener todo listo para la «Operación retorno», la que
los traería de vuelta al poder de la mano de la ex presidenta
Bachelet, deben haber sentido al menos un escalofrío al ver que la
justicia procesaba a ocho personas, encabezadas por el ex
subsecretario del Interior de su gobierno, Patricio Rosende.
Una
cosa es suponer que los temas que enfrentaría la ex presidenta en un
segundo intento por llegar a la Moneda serían más duros y que las
críticas a su gestión se volverían permanentes, pero otra muy
distinta es que sea la justicia la que encabece estos
cuestionamientos, involucrando, por negligencia, a su gobierno en uno
de los momentos más dolorosos de nuestra historia reciente.
Así,
quienes en la Concertación han apostado fuerte por contener la
renovación y neutralizar la aparición de nuevos liderazgos
presidenciales, bajo el supuesto del retorno de Bachelet, deben
considerar más seriamente que lo ocurrido esta semana es sólo una
prueba de los asuntos que deberá enfrentar la ex presidenta en su
campaña. Y tener en cuenta que tanto el Gobierno como los partidos
del oficialismo no han dudado en desplegarse golpeando fuertemente a
la ex jefa de Estado.
Al
menos tres consideraciones debieran estar dando vueltas en la cabeza
de la candidata y sus cercanos. Primero, que para cualquier ex
presidente, y así lo vivió el propio Frei en su reciente derrota
presidencial, lo mas difícil es lograr convencer que un segundo
gobierno sería mejor que el primero, teniendo la obligación de
contestar permanentemente a la pregunta «¿y por qué no lo hizo
antes?». Esa obligación de dar explicaciones por el pasado hace muy
complejo el desplegar un mensaje de futuro. Fruto de este
cuestionamiento, lo hecho en su mandato termina siendo un lastre,
sobre todo cuando el resto de los candidatos sólo tiene que
responder por la seriedad de sus ofertas a los electores, pero muy
raramente por el pasado.
Segundo,
que para enfrentar las críticas es clave no tener un «segundo
frente». Es decir, debe haber un orden en las fuerzas de oposición
que le dé garantías a la candidata Bachelet de no recibir ataques
sobre su gobierno desde la izquierda o, incluso peor, que haya eco a
las criticas al interior de la misma Concertación.
Nada
de fácil esta tarea, si vemos que, desde que dejó el poder, no son
el orden y la disciplina lo que ha predominado, y el nivel de rechazo
ciudadano acumulado por la coalición no la hace la plataforma más
deseable. Además, todavía se ve difícil que haya una candidatura
única de la oposición para la próxima elección presidencial,
exclusiva manera de controlar o dar garantía sobre la actuación de
los partidos frente a la candidatura de la ex presidenta. Una cosa es
haber sido la candidata de continuidad de un gobierno que ejercía,
como lo hacia el ex presidente Lagos, un fuerte rol ante los
partidos, y otra muy distinta es ser postulante de oposición y arar
sola con los bueyes que hay.
Tercero,
algo más humano pero sumamente importante: en su intimidad, la
candidata debe encontrar una poderosa explicación para abandonar la
seguridad de su status de ex presidenta, no sólo a nivel
internacional, sino también en nuestro país, y verse expuesta
nuevamente a la vorágine de las campañas. Todo candidato sabe que
para emprender este desafío se requiere de hambre, y que éste no es
un esfuerzo que se haga a solicitud de otros, sino por una convicción
propia que le permita sobreponerse a todas las incomodidades y golpes
que cualquier contienda electoral trae consigo.
Un
febrero nada de fácil para los promotores de la «operación
retorno», porque Michelle Bachelet sigue siendo la única
alternativa real para intentar regresar al poder, pero este anticipo
de campaña, lleno de ataques y cuestionamientos, ocurrido esta
semana, instala una seria duda de si ella volverá a poner su nombre
en una papeleta. Hoy, la pregunta es si está dispuesta a asumir en
estas condiciones el rol de candidata.
No hay comentarios:
Publicar un comentario