Lealtades y deslealtades,
por Luis Eugenio Silva.
La sabiduría bíblica es notable cuando juzga la realidad; cáustica y a veces descarnada. Así, encontramos entre las duras frases del profeta Jeremías la siguiente: “Maldito el hombre que confía en el hombre”. Los viejos latinos decían que el mejor amigo del hombre era el perro. El cristianismo apuesta por la confianza, pero se nos llama a ser prudentes como la serpiente y cándidos como las palomas.
En los tiempos que corren (a lo mejor siempre ha sido así), la lealtad es una perla preciosa, por lo escasa, y no se ve que sean muchos los que se jueguen por una noble causa o por la lealtad hacia un ideal o hacia una persona, cuando es el poder del dinero, la autoridad y la figuración lo que aparece como objetivo precioso a alcanzar... no obstante que los desleales y traidores son detestados hasta por aquellos a los que favorecen.
Como se observa, hoy campea la deslealtad. Y lo vemos no sólo en el campo político, sino también en el mundo de los negocios y la Iglesia; en el mundo académico y en el militar.
Desde los tiempos de la lejana polis griega hasta hoy, la historia narra las peripecias de la traición, que a veces es llamada realismo político o se viste con los ropajes de lo políticamente correcto.
Y es que, poco a poco, el mundo oficial fue creando una razón política desvinculada de la moral, para llegar así a plantear la idea de la razón de Estado, la misma que en los tiempos del absolutismo alcanzó su nivel más alto, superando a la misma sofística griega.
Y, sin embargo, el pensamiento cristiano —que, se acepte a no, ha moldeado la cultura occidental y la oriental cristiana— estima a la lealtad como una virtud y un valor superior.
Porque sin lealtad no puede haber virtud.
Podemos seguir a la mentira, a la intriga con suma facilidad, y ver que tras ella hay deslealtades graves y dolorosas, campañas de desprestigio y descalificación.
No pocas veces lo que se busca en los medios es impactar, calumniar y descalificar, derribando así la verdad.
Este clima malsano lo han descubierto los jóvenes, que sospechan de todo y de todo desconfían, como lo hemos visto en los últimos meses.
Pareciera —al menos así lo veo yo— que la frase del cínico ex obispo, príncipe Mauricio de Talleyrand-Périgord, se ha vuelto el lema de muchos: he sido fiel a las circunstancias. Así lo reconocía en su vejez, cuando se pasaba revista a la seguidilla de traiciones que había hecho en toda su vida.
Hay que dejar el doble lenguaje. Sólo de este modo la confianza volverá a la mayoría de los corazones que se sienten desamparados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario