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miércoles, 4 de enero de 2012

La falta de confianza, por Gonzalo Müller.



La falta de confianza,
por Gonzalo Müller.





Si algo manifiesto nos dejó 2011, fue poner en evidencia la creciente desconfianza de los chilenos hacia toda institucionalidad. Por las más diversas razones, la Iglesia, los medios de comunicación masivos, los sindicatos, el Gobierno, las empresas, el Congreso Nacional, los tribunales de justicia, los partidos políticos, el Ministerio Público han compartido una caída sostenida de la confianza que suscitaban entre las personas.



Pero, ¿qué características comparten todas esas instituciones para estar sufriendo este fenómeno global de falta de confianza? Quizá pueda señalarse que todas ellas, de algún modo, tienen en común cumplir la labor de representar a los ciudadanos, de intermediar para ellos la obtención de bienes y servicios públicos y privados. Así, sería esta intermediación la que estaría en cuestión: no creemos que estén desempeñando correctamente su rol, cuestionamos su legitimidad y capacidad para tomar decisiones que finalmente nos afecten. En buenas cuentas, es el individualismo de la vida privada, de la vida diaria, llevado a lo público. ¿Será que la sospecha permanente hacia el otro, característica de nuestra sociedad, hoy se ha volcado hacia el Estado?



Si miramos la última encuesta CEP, de diciembre del año pasado, en otra dimensión se repite el mismo fenómeno en cuanto a que la norma general es la desconfianza. En efecto, sólo dos personajes de nuestra política superan el 50% de evaluación positiva, la ex presidenta Bachelet y el actual ministro Golborne, con un 82% y un 66% respectivamente. Hace una década eran siete los personajes que superaban la mayoría ciudadana de aprobación y hace cinco años eran al menos cinco. De este modo, aun en la evaluación de nuestras figuras públicas los chilenos expresan una calificación negativa de nuestra política. Y no es casualidad que los únicos que se escapen a esto sean, en modos distintos, dos outsiders respecto de los estilos políticos tradicionales.



La encuesta La Segunda-UDD del viernes pasado también refuerza la mala evaluación actual de la política, donde un 54% la califica como mala o muy mala, aunque un 53% cree que en este año podría mejorar, en una señal de optimismo que refuerza la importancia que aún le dan los chilenos a la actividad pública por su influencia directa en la calidad de vida de las personas.



Es preocupante esta situación, porque la desconfianza generalizada inmoviliza, y, para una sociedad en transición, como la nuestra, donde aún queda una labor importante en pobreza, en educación, en salud, ello se transforma en un muro que nos aleja de la promesa del desarrollo y del progreso.



Si la desconfianza se basa en el mayor protagonismo demandado por los ciudadanos en la toma de decisiones, y si esto es acompañado por una mayor disposición a participar, la agenda de reformas políticas puede ser un camino relevante en reconstruir la confianza de los chilenos con sus instituciones.



Para esto se requiere aumentar la transparencia en la toma de decisiones, y mayor participación. Debemos revisar la ley de partidos políticos de una manera que garantice estos valores, manteniendo la libertad que permita el surgimiento de proyectos políticos diversos y, sobre todo, fomente la necesaria competencia interna, que oxigene y abra las puertas a nuevos liderazgos, pues la falta de renovación de los rostros es otra de las causas de la desconfianza.



En parte esto se puede lograr con una buena ley de primarias, que lleve a que nadie se sienta tan seguro en su cargo, y que permita que nuevos rostros, de una manera institucional, puedan representar el cuestionamiento a una autoridad, compitiendo por reemplazarla. Pero lo más importante es que esta decisión esté instalada en la base, en los ciudadanos, lo que obligará sin duda a un mayor contacto y sintonía de las autoridades con esas bases.

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