La
falta de confianza,
por
Gonzalo Müller.
Si
algo manifiesto nos dejó 2011, fue poner en evidencia la creciente
desconfianza de los chilenos hacia toda institucionalidad. Por las
más diversas razones, la Iglesia, los medios de comunicación
masivos, los sindicatos, el Gobierno, las empresas, el Congreso
Nacional, los tribunales de justicia, los partidos políticos, el
Ministerio Público han compartido una caída sostenida de la
confianza que suscitaban entre las personas.
Pero,
¿qué características comparten todas esas instituciones para estar
sufriendo este fenómeno global de falta de confianza? Quizá pueda
señalarse que todas ellas, de algún modo, tienen en común cumplir
la labor de representar a los ciudadanos, de intermediar para ellos
la obtención de bienes y servicios públicos y privados. Así, sería
esta intermediación la que estaría en cuestión: no creemos que
estén desempeñando correctamente su rol, cuestionamos su
legitimidad y capacidad para tomar decisiones que finalmente nos
afecten. En buenas cuentas, es el individualismo de la vida privada,
de la vida diaria, llevado a lo público. ¿Será que la sospecha
permanente hacia el otro, característica de nuestra sociedad, hoy se
ha volcado hacia el Estado?
Si
miramos la última encuesta CEP, de diciembre del año pasado, en
otra dimensión se repite el mismo fenómeno en cuanto a que la norma
general es la desconfianza. En efecto, sólo dos personajes de
nuestra política superan el 50% de evaluación positiva, la ex
presidenta Bachelet y el actual ministro Golborne, con un 82% y un
66% respectivamente. Hace una década eran siete los personajes que
superaban la mayoría ciudadana de aprobación y hace cinco años
eran al menos cinco. De este modo, aun en la evaluación de nuestras
figuras públicas los chilenos expresan una calificación negativa de
nuestra política. Y no es casualidad que los únicos que se escapen
a esto sean, en modos distintos, dos outsiders respecto de los
estilos políticos tradicionales.
La
encuesta La Segunda-UDD del viernes pasado también refuerza la mala
evaluación actual de la política, donde un 54% la califica como
mala o muy mala, aunque un 53% cree que en este año podría mejorar,
en una señal de optimismo que refuerza la importancia que aún le
dan los chilenos a la actividad pública por su influencia directa en
la calidad de vida de las personas.
Es
preocupante esta situación, porque la desconfianza generalizada
inmoviliza, y, para una sociedad en transición, como la nuestra,
donde aún queda una labor importante en pobreza, en educación, en
salud, ello se transforma en un muro que nos aleja de la promesa del
desarrollo y del progreso.
Si
la desconfianza se basa en el mayor protagonismo demandado por los
ciudadanos en la toma de decisiones, y si esto es acompañado por una
mayor disposición a participar, la agenda de reformas políticas
puede ser un camino relevante en reconstruir la confianza de los
chilenos con sus instituciones.
Para
esto se requiere aumentar la transparencia en la toma de decisiones,
y mayor participación. Debemos revisar la ley de partidos políticos
de una manera que garantice estos valores, manteniendo la libertad
que permita el surgimiento de proyectos políticos diversos y, sobre
todo, fomente la necesaria competencia interna, que oxigene y abra
las puertas a nuevos liderazgos, pues la falta de renovación de los
rostros es otra de las causas de la desconfianza.
En
parte esto se puede lograr con una buena ley de primarias, que lleve
a que nadie se sienta tan seguro en su cargo, y que permita que
nuevos rostros, de una manera institucional, puedan representar el
cuestionamiento a una autoridad, compitiendo por reemplazarla. Pero
lo más importante es que esta decisión esté instalada en la base,
en los ciudadanos, lo que obligará sin duda a un mayor contacto y
sintonía de las autoridades con esas bases.
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