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viernes, 6 de julio de 2012

Lealtad y deslealtad.


Lealtad y deslealtad.



Un viejo aforismo decía: Sin lealtad no hay virtud. Y como la sociedad debe construirse sobre virtudes que a veces son difíciles de descubrir, creo interesante pensar acerca de la lealtad, porque hace falta.



Parecería que se vive rodeado de promesas que intuimos son falsas. Hay más bien un clima de disimulo, engaño o simple traición, que va construyendo gran parte de nuestras relaciones sociales y políticas. Parecería que la realidad es sólo así, que lo que se dice «políticamente correcto» es ser leal sólo a los propios —y no pocas veces mezquinos— intereses. Y las promesas y los juramentos, ¿dónde quedan? Poder, dinero, prestigio son los valores ante los cuales sucumbe la lealtad.



Lector de clásicos, como muchos, encuentro en esos libros tremendas sentencias, que de algún modo vienen a decir: ¡Qué poco ha cambiado el ser humano! Así, por ejemplo: «Cuando falla la piel del león, hay que ponerse la de un zorro». La propia Biblia llega a decir: «Maldito el hombre que confía en el hombre» (Jeremías).



¿Es para tanto?



Es que cada uno de nosotros tenemos experiencias propias respecto de lo débil que es la naturaleza humana, susceptible de errores como los de engañarse o engañar, aunque también de hacer el bien. Pero para conseguir esto último se requiere de las virtudes humanas y de las sobrenaturales. La filosofía cristiana advierte del deber de ser fiel, pero la tarea no es fácil. Ahí está nuestra historia, que muestra cuánta deslealtad se ha dado en el cristianismo, sin negar sus méritos, sus esfuerzos y sus logros por humanizar el mundo.



Para ser leal, se requiere, en primer lugar, conocerse cada uno a sí mismo en su grandeza y debilidad, y poder así ejercitarse en aquellas virtudes que le permitirán desarrollar, con consecuencia, la lealtad. Se debe mirar alrededor y ver cómo son los demás.



Hoy, cuando la línea divisoria entre lo que es correcto e incorrecto, lo bueno y lo malo, se ha desvanecido, el camino a la deslealtad se hace natural. Se es consecuente y leal sólo con lo que conviene. De este modo, la mentira deja de ser tal y se transforma en un comodín del juego de la vida social, de la vida política y, no pocas veces, de la religiosa.



Estas líneas son duras y probablemente haya generalizaciones injustificadas, pero creo necesario pensar y actual acorde a la lealtad, ya que si bien la mayoría —quiero creerlo— es leal, no parece así, en mi parecer, la vida social y política, no sólo chilena, sino mundial.
 
 
Esta nota es de autoría de por Luis Eugenio Silva y publicada originalmente en Diario La Segunda.

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