La
brutalidad en Siria ha mostrado que hay sectores
que
tratan de aprovechar políticamente la situación
cuándo
verdaderamente les importa poco la tragedia
humanitaria.
Camuflaje
humanitario,
por Alberto Medina Méndez.
El actual conflicto en Siria ha puesto en
escena una nueva versión de la reiterada postura de ciertos sectores políticos
y de una significativa cantidad de ciudadanos del mundo, que utilizan la
tragedia para ventilar sus más inconfesables odios, su resentimiento serial y
sesgada posición ideológica.
La opinión pública en general ya había decidido
ignorar lo que venía ocurriendo en ese territorio, como ha sucedido casi
siempre en la historia. Para casi todos se trataba de un conflicto
inentendible, doméstico, pero al mismo tiempo, claramente irrelevante para la
política mundial.
Pero muy pronto todo cambió. La mera
posibilidad de que EEUU decidiera participar militarmente de la disputa hizo
que se despertara, casi mágicamente, un sospechoso interés humanitario que no
estaba presente.
Queda instalada así la sensación de que en
realidad a nadie le interesa demasiado la cantidad de muertos de la guerra
civil Siria, ni mucho menos de qué se trata la lucha, ni la posible existencia
de armas químicas o bajo qué circunstancias se desata esta andanada de crueldad
en ese lugar.
La hipocresía se hace inocultable a poco de
inicia cualquier discusión superficial sobre el asunto. La cuestión ha tomado
relevancia sólo porque una nación quiere asumir un rol predominante que no le
corresponde.
No es novedad que la política internacional
norteamericana es detestable y que su soberbia actitud de gendarme del mundo
constituye un permanente atropello a la comunidad internacional. Se sabe que
nadie le ha delegado esa potestad, ni a esa nación ni a otra, para decidir lo
que es bueno y lo que es malo para todos. Pero no menos cierto es que en Siria,
como ha pasado tantas veces en otras regiones, las disputas políticas, la
atrocidad de los fanatismos, los autoritarismos despóticos y los
fundamentalismos, se han llevado consigo vidas de inocentes, mostrando un
absoluto desdén por la vida humana que no debe admitir alegatos en ningún caso.
La no intromisión de ciertos países en temas
internos de los demás no convierte en virtud a las actitudes asesinas de los
tiranos que detentan el poder, ni tampoco a los rebeldes que utilizan armas
sólo para imponer su razón. Los sucesos lamentablemente se repiten, con
muertes, violencia y excesos de poder, en definitiva, las antípodas del logro de
la paz, esa que cualquier ser humano decente pretende para la vida en sociedad.
Ganar la paz nunca fue fácil. Con
intransigentes, autoritarios e intolerantes como protagonistas se hace muy
complejo. La búsqueda de la paz es un objetivo en sí mismo, sobre todo si se
pretende construir en armonía. Pero resulta vital resistir la tentación
autoritaria y encontrar creativas formas de acuerdo, nuevos espacios de
coincidencias, aunque la velocidad de esos consensos no sea la óptima.
El mundo asiste hoy a una guerra civil, esta
vez en Siria, pero que solo replica innumerables eventos en la historia de la
humanidad. No se debe justificar de modo alguno el inicio de la fuerza contra
otros. El uso del poder, del Estado y sus recursos, para aplastar a los
opositores es tan cruel como el de los que eligen el camino de la destrucción
indiscriminada de seres humanos solo para derrocar al opresor de turno.
Es inadmisible la actitud indiferente de una
sociedad que siente el enfrentamiento como ajeno. Lo ignora, renunciando a la
chance de liderar la construcción de soluciones profundas. El silencio cómplice
de la comunidad internacional sólo institucionaliza una conducta ciudadana
demasiado obvia.
Las posturas intervencionistas, de esas que
creen que el derramamiento de sangre arregla algo, tampoco resultan ni
razonables, ni moralmente correctas. Pero alguna luz de esperanza se abre
tímidamente gracias a una secuencia de hechos que pueden parecer menores pero
que, probablemente abren la puerta a una interesante etapa. El escaso apoyo
local en EEUU, el rechazo internacional masivo a la militarización adicional,
las malas experiencias del pasado reciente, parecen haber puesto un leve freno,
por ahora provisorio, a los reiterados intentos de siempre. Pero se debe
entender que esto tampoco resuelve el problema, a lo sumo no lo agrava.
Lo que preocupa es el cinismo planetario de
quienes destilan su odio hacia EEUU y usan descaradamente a Siria, a la
desgracia de esa nación, a sus inocentes muertos, o a lo que fuera, sólo para
hacer política barata. El antinorteamericanismo arraigado en el mundo, con
matices según los continentes, aparece con inusitada efervescencia cuando esa
potencia militar intenta poner sus uñas en un nuevo territorio.
A no engañarse, no se trata de una real preocupación
por los sirios, ni por las vidas humanas, ni mucho menos el reconocimiento de
los problemas internos de una nación, es solo la excusa políticamente correcta
para que los xenófobos de siempre, los destiladores de odio, hagan de las
suyas.
No les interesan ni las vidas, ni el conflicto,
ni su solución. Cuando los que tienen actitudes imperiales, igualmente
repudiables, son otras naciones, el silencio cómplice de sus posturas se
manifiesta sin rodeos.
La posición humanitaria del colectivismo progre
es una gran farsa. Avalan regímenes dictatoriales defendiendo déspotas, hacen
caso omiso a las denuncias sobre la existencia de presos políticos y
violaciones a los derechos humanos en diferentes latitudes. Solo reaccionan
cuando EEUU entra al ruedo, como si esa nación tuviera el monopolio de los
dislates.
Esa estrategia ya es indisimulable. A esos
ciudadanos del mundo no les importa ni la gente, ni los muertos en Siria, ni la
escalada de violencia en ese país. Solo les interesa usar a la gente para
diseminar sus creencias repletas de rencor, que desprecian al individuo. Ellos
creen que las personas deben someterse al interés colectivo. Sus posturas
políticas son cada vez más evidentes y burdas. Es solo camuflaje humanitario.
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